Una verdadera madre piensa día y noche en el bienestar de sus hijos. Ella es la primera en atenderlos y confortarlos, y la primera en protegerlos cuando siente que pueden estar en peligro. Durante el embarazo es ella quien los ha llevado y sufrido los dolores del parto, y los seguirá llevando en su corazón. Frecuentemente su intuición es más aguda que la del marido, y no dejará que él descarte sus preocupaciones o la tranquilice fácilmente. También será la primera en pedirle a Dios por los niños. Quizá fue esto lo que inspiró el antiguo dicho judío: "Dios no puede estar en todas partes a la vez, por eso le dio a cada niño una madre".

Por lo general cuando un niño llora durante la noche, es la madre quien estará primero que nadie a su lado. Ella siente instintivamente el dolor de su niño, y no sólo lo llevará como una carga, sino también como un privilegio y una alegría.

La sensibilidad y el amor de una madre no tienen límites. Ella continuará esperanzada por sus hijos mucho tiempo después de que otros han perdido esperanza en ellos; cuando todo el mundo los ha condenado, ella seguirá orando por ellos. Sobre todo, creerá en ellos cuando ellos mismos han dejado de creer.

No sólo para su familia inmediata, sino para todo el mundo alrededor, una buena madre es un modelo a seguir, su alegría hace feliz a otras personas. Esté casada o no, tenga o no tenga hijos, cada mujer tiene un llamado auténtico a ser madre de otros. Las personas prestan especial atención cuando tienen contacto con una mujer que ama a Dios y cuya principal inquietud es servir a los demás.

No tengo manera adecuada para agradecer a Dios por el amor de mi madre y su profunda relación con mi padre, y aunque ellos no puedan ser llamados gente "religiosa", era obvio para nosotros, sus siete hijos, que mis padres amaban a Dios, el uno al otro, y a cada uno de nosotros. Estando bien claro que nuestro padre era el jefe de la familia, él nunca toleró la más mínima falta de respeto hacia nuestra madre.

Muchas mujeres en nuestro tiempo se sublevan en contra de la maternidad; olvidan que es una tarea y también un privilegio que Dios les ha dado. La maternidad fue considerada alguna vez como la principal vocación de la mujer; hoy en día es vista como una molestia o incluso una vergüenza, se ha echo a un lado por "auténticas" carreras.

Es verdad que muchas mujeres se rebelan por la opresión y desamor de los hombres a su alrededor, sin embargo ese resentimiento que puede ser comprensible por lo que es, al final logra poco. ¡Qué diferente sería la vida familiar si aceptamos nuestra confusión sobre la participación del hombre y la mujer; si buscamos redescubrir el plan de Dios para los dos, considerándose uno al otro con respeto y amor!

Hoy en día es admirable que las mujeres mantienen puestos importantes de trabajo hasta el momento del parto. Sin embargo, su primera prioridad debería ser siempre la maternidad durante el embarazo y cuando los niños lo requieren. Ante todo y en primer lugar, debe ser una madre - y sólo después, médico, maestra, abogada, administradora, contadora, etc. Lejos de lamentar o resentir esto, deberían notar que su maternidad es una cualidad - y que para Dios, no hay sacrificio más digno que el que se hace por el bien de un niño.

En el Antiguo Testamento se encuentra uno de los ejemplos de maternidad que más prefiero: Ana, la madre del profeta Samuel, fue estéril por muchos años, sin embargo prometió que si ella tuviese un hijo lo entregaría a Dios. Finalmente su deseo fue concedido y a pesar de haber sido muy difícil para ella, dio su hijo al sumo sacerdote Elí, para cumplir su promesa de hacerlo un siervo de Dios. Por su fe de niño, fue recompensada no sólo una vez, sino varias veces más: con el tiempo ella y su esposo Elcano tuvieron cinco hijos más.