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    El nuevo mandamiento

    por André Trocmé

    lunes, 10 de agosto de 2015

    Otros idiomas: English

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    • olga patiño martinez

      pues verdaderanente es muy dificil hacer lo que dios nos pide porque muchas veces queremos actuar bien y no nos dejan pero no debemos perder la fe y tratar de llegar salvos al reino del padre celestia y arrepentirnos d nuertros pecados gracias y que dios los bendiga

    Jesús resume en dos oraciones el pleno de la ley mosaica y de los profetas, indicando el deber de la santidad y la misión profética en el mundo: "Amarás al Señor tu Dios con todo tú corazón y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo en importancia es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más importante que éstos (Marcos 12:30-31)". Y aunque estas palabras se encuentran en el Antiguo Testamento, lo que es original en la enseñanza de Jesús es que él las fusiona, convirtiéndolas en un mandamiento único. Jesús dice que nosotros no podemos amar a Dios si no amamos a nuestro hermano; Dios no nos perdonará si nosotros no perdonamos a nuestro hermano (Mateo 6:14-15). En pocas palabras, nosotros seremos juzgados como nosotros juzgamos a los demás.

    ¿Por qué Jesús es tan rígido en este punto? Porque todo aquel que establece límites para amar a su prójimo edifica una barrera entre él y Dios cuyo amor no tiene límites. El reino de Dios busca vencer estas barreras. Es por eso que Jesús es extraordinariamente compasivo con los pecadores. El demuestra hacia ellos amor y bondad sin límites, y nunca deja de creer en la posibilidad de que ellos saldrán del pecado. No obstante, él es severo con los hipócritas; es decir, con quienes son espiritualmente orgullosos sin amor por sus hermanos y hermanas.

    El mandamiento nuevo de Jesús exige interpretar la dirección de Dios en el actuar cotidiano con todo nuestro ser: Amar al prójimo, servirle, curarlo, aunque esto signifique romper con las tradiciones o leyes. Ceder ante él en lugar de ofenderlo o alejarlo de Dios. Cualquier cosa que hagamos, no debemos ser un obstáculo en su camino para con Dios. El bienestar físico de nuestro prójimo es tan importante como su vida espiritual; la curación del cuerpo y la curación del alma están unidas en la misma operación. La revolución de Cristo es todo o nada.

    La proximidad y simplicidad de este nuevo mandamiento nos libera de miedos, planes, de la complicada reglamentación emitida por el Estado, ya sea en tiempo de paz o en tiempo de guerra, y todo lo que divide entre sí a las personas. Liberado de toda casuística, uno puede servir a los demás con alegría, así como negarse con la misma alegría a cualquier atentado contra la existencia humana. Ya no tenemos que ser impresionados por los grandes principios divulgados a nosotros o con los grandes momentos históricos que llaman al derramamiento de sangre. Es muy simple. Cualquier esfuerzo para atender las necesidades de los demás, especialmente aquellos que hacen el bien a los niños, a los perseguidos, los presos, los explotados, los ancianos, los enfermos, hacen que avance el reino de Dios, aunque sólo sea minuciosamente.

    El cristiano objetor de guerra y del servicio militar, no es un puritano que de repente despierta de su sueño para decir: no, el día en que recibe órdenes de matar a su prójimo. Él es un servidor con manos experimentadas que está tan ocupado ayudando a su prójimo, que interrumpir su actividad para comprometerse a la tarea de matar sería inconcebible para él.

    Quizá sea verdad que algunos recursos violentos que se emplean contra los tiranos han puesto fin a ciertas formas de maldad, pero no eliminan el mal. El mal en sí mismo echa raíces en otros lugares, como hemos visto a través de la historia. El fertilizante que incentiva su crecimiento es la violencia de ayer. Incluso las "guerras justas y defensa legítima" traen venganza e invariablemente se producen nuevos crímenes...

    El Estado – el camino del poder – puede únicamente trabajar desde el pasado para anticipar el futuro y determinar su curso. Mientras que la Iglesia siga abandonando su llamado, el Estado no sabrá nada de arrepentimiento. Sin embargo, el centro de la Iglesia es el arrepentimiento, ésta es la única actitud que puede darle testimonio al Estado, para sanar a las naciones. Si los seguidores de Cristo no superan lo que es la justicia del Estado, no pertenecen al reino de Dios; ellos dejan al mundo para valerse por sí mismos en la agonía de su propio abandono.

    Mientras tanto, Jesús, aunque abandonado por su Iglesia, sube el camino del Calvario, para continuar la búsqueda y la salvación de todos aquellos que están perdidos.

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    Contribuido por AndreTrocme André Trocmé

    André Trocmé es mejor conocido por su papel en salvar a miles de judíos de los Nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Pero su valentía no surgió de un vacío; brotaba de su conocimiento del camino no-violento de Jesús.

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