Plough: Usted ha sido descrito como uno de los ensayistas y críticos más prominentes de China (New York Review of Books). Sin embargo, sus libros ahora están en la lista negra en China, y ha estado viviendo en Estados Unidos desde 2012. ¿Qué fue lo le hizo buscar asilo político en el extranjero?

Yu Jie: El 8 de octubre de 2010, se anunció que Liu Xiaobo, el escritor disidente chino, había sido elegido para recibir el Premio Nobel de la Paz. En ese momento, él estaba en prisión cumpliendo una condena de once años por incitar a la subversión [murió en la cárcel en julio de 2017]. Las autoridades sabían que Liu y yo éramos buenos amigos, nos conocíamos desde hacía doce años y yo estaba escribiendo su biografía. Inmediatamente después de ese anuncio, a mi esposa Liu Min y a mí nos pusieron bajo arresto domiciliario.

La ceremonia para otorgar a Liu el Premio Nobel de la Paz en ausencia fue el 10 de diciembre. El día anterior fue el peor día de mi vida. Agentes de la policía secreta, en ropa de civil, me secuestraron de mi casa, me cubrieron la cabeza con una capucha negra y me llevaron a un centro de detención. Me torturaron casi hasta la muerte durante seis horas. Me dijeron: «Si nuestro superior da la orden, cavaremos un hoyo y te enterraremos vivo». Me desnudaron por completo y me golpearon terriblemente mientras me tomaban fotos. Después me torcieron los dedos, uno por uno, diciendo que me quebrarían los dedos que había usado para escribir en contra del partido comunista. Finalmente, perdí el conocimiento.

El primer hospital al que me llevaron se negó a atenderme. Entonces me llevaron a otro hospital más especializado, donde los médicos me dijeron que si la tortura hubiera seguido otra media hora, no habría sobrevivido.

¿Recuerdas lo que estabas pensando durante el interrogatorio?

Antes de perder el conocimiento oré a Dios en mi corazón. Con claridad sentí su presencia y la certeza: sin el permiso de Dios, no puede caer un solo pelo de mi cabeza. También me vinieron estas palabras: «No temas a los que matan el cuerpo, pues no pueden matar el alma». Estas dos promesas de Jesús fueron mi oración.

Después de mi secuestro y tortura, mi esposa todavía seguía bajo arresto domiciliario. Cortaron todas las líneas telefónicas y la internet, y por cinco días ella no tuvo manera de averiguar dónde me encontraba. Estaba tan angustiada que perdió la mitad de su cabello. Afortunadamente, por providencia divina, habíamos enviado poco antes a nuestro hijo de dos años a visitar a sus abuelos, así que se salvó de esta experiencia.

Luego de mi arresto y tortura, trataron de sobornarme; me ofrecieron que si dejaba de criticar al régimen me darían una plataforma para escribir literatura popular, y me haría rico.

Incluso después de mi liberación, continuaron los períodos de acoso y arresto domiciliario. No podía ir a la iglesia ni participar en un estudio bíblico, fui separado totalmente de mis hermanos y hermanas cristianos. Miré a mi hijo a los ojos y me pregunté qué clase de padre podría ser para él si nos quedábamos en China en esa situación imposible. Y por eso en enero de 2012 nos venimos a los Estados Unidos.

Despertar

Tú no fuiste criado como cristiano. ¿Hubo influencias en tu infancia y juventud que sentaron las bases para tu conversión posterior?

Nací en la ciudad de Chengdu en la provincia de Sichuan, una hermosa región montañosa con una larga historia de resistencia al poder imperial de Beijing. Así que desde el comienzo de mi vida he bebido en una aversión hacia el poder centralizado.

Mi padre es un ingeniero. Su pensamiento y estilo de vida eran bastante occidentalizados, incluso cuando era niño me trataba como a un igual. En una cultura de confucianismo que enfatiza la jerarquía, esto era raro.

El momento de mi despertar político llegó cuando tenía dieciséis años y asistía a la escuela preuniversitaria. Todavía recuerdo cuando escuché las noticias del genocidio masivo de los estudiantes que protestaban en la Plaza de Tiananmen en Beijing. Ese día, el 4 de junio de 1989, marcó un punto de inflexión para mí, comencé a darme cuenta de la verdadera naturaleza del régimen comunista. Nunca más volvería a creer en sus mentiras.

Tres años después, llegué a Beijing como estudiante de la Universidad de Pekín, la institución de educación superior más antigua y selectiva de China. Estudié ahí durante ocho años, obteniendo una maestría. Pero mucho más importante para mí que mi educación formal fueron mis estudios independientes en la biblioteca. Gracias a un amigable bibliotecario que eludió las reglas, tuve acceso a libros restringidos publicados en Taiwán. Leí relatos de las campañas de desobediencia civil en contra del gobierno autoritario de Taiwán durante las décadas de 1970 y 1980, y aprendí cómo puede ser exitoso un movimiento en favor de la democracia. Lo que más me impresionó fue el papel protagónico que desempeñaron las iglesias de Taiwán en este movimiento.

Pero todavía eras solo un observador secular.

Así es. En 1998, todavía como estudiante de posgrado, publiqué mi primer libro: Fire and Ice (Fuego y hielo), una colección de ensayos satíricos que criticaban a la sociedad china. Mirando hacia atrás, me sorprende que el libro haya pasado a pesar de la censura. Pero ese fue el año en que Bill Clinton visitó China, el primer presidente de los Estados Unidos en hacerlo desde la masacre en la Plaza de Tiananmen. Los líderes chinos querían que los medios occidentales retrataran a China como una sociedad libre. ¡Qué mejor manera de hacerlo que permitir la publicación de un libro crítico del régimen!

Aunque los motivos de las autoridades eran cínicos, mi libro se benefició y gané a uno de mis mejores amigos: un ejemplar le llegó a Liu Xiaobo en la prisión. Dos años después, fue liberado y comenzamos a conocernos. Me presentó a las Madres de Tiananmen, cuyos hijos e hijas habían muerto en la Plaza de Tiananmen. Como resultado, me involucré en el movimiento por los derechos humanos en China.

Nuestro deseo es superar la separación basada en la clase y el estatus social.

Ese año, en el 2000, me gradué de la escuela de posgrado, y Liu Min y yo nos casamos. Pasamos nuestro primer año juntos en la provincia sureste de Guangdong, editando un libro de texto en favor de la democracia para niños de escuela, queríamos una alternativa a los libros de texto de la propaganda gubernamental. Uno de nuestros colaboradores, un cristiano, sugirió incluir lecturas de la Biblia, ya que es un texto históricamente importante. Su propuesta fue controvertida, pero mi esposa y yo quedamos intrigados. Cuando regresamos a Beijing, ella comenzó a leer la Biblia en su recorrido en el metro cuando iba y venía del trabajo. Con el tiempo, lo que leyó la convenció, y se convirtió en cristiana.

Tardé dos años en seguirla. Una razón fue el alto estatus que la cultura tradicional china les confiere a los eruditos. A pesar de la hostilidad oficial del partido comunista hacia el confucianismo, la realidad es que los chinos todavía nacemos y somos criados dentro de una cosmovisión confuciana. Esto tiene sus aspectos positivos: somos educados para poner el bien de toda la nación —de hecho de todo el mundo— por encima de objetivos egoístas. Pero el confucianismo también enfatiza con fuerza el autocultivo: el esmero personal por convertirse en santo a través del propio esfuerzo moral. Pasar de esta manera de pensar a las enseñanzas del cristianismo sobre la depravación total de la naturaleza humana —por supuesto el calvinismo es particularmente fuerte en este sentido—, representaba para mí un cambio enorme.

Sin la iluminación del Espíritu Santo, creo que personas como yo nunca podrían ser humillados. Como intelectuales chinos, sentimos que necesitamos mantener nuestra dignidad e imagen. Antes de mi bautismo, recuerdo haberle dicho a mi esposa que nunca podría ser bautizado porque la ceremonia implicaba inclinarse ante el ministro.

Notas

  1. Fundado en 1954, el Comité Nacional del Movimiento Patriótico de las Tres Autonomías es un organismo protestante aprobado por el Estado para la organización de todas las iglesias protestantes en China. Iniciado en 1951 por un miembro de la Iglesia Congregacional, este movimiento patriótico promovía una estrategia de «autogobierno, autofinanciamiento y autopropagación», a fin de eliminar todas las influencias extranjeras en las iglesias protestantes chinas y garantizar su lealtad al gobierno comunista en la recién establecida República Popular de China. (N. del T.)